Laburantes del río

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domingo, 23 de abril de 2017

Rolando Lois por Osiris Chiérico (La actualidad en el arte, 1991)

Olvido.1989
Rolando Lois pinta robustas naturalezas muertas, escenas campesinas en las que las figuras parecen surgir del entorno más que habitarlo, atisbos de barrio, pero recorriendo su obra no puede dejar de verificarse su amor por el paisaje, campestre o marino, pero sobre todo por los cielos que le dan a cualquier cosa que ocurra bajo ellos una definición profunda, un espíritu denso, casi una subordinación a su particular carácter. Y no es aventurado conjeturar que esas presencias siempre móviles, en perpetua mutación, ese universo de incesantes sugerencias, es en definitiva el elemento donde debe buscarse la clave de esta pintura encarada con tanta claridad, con tanta necesidad de asumir un lenguaje que transmitiera su amor por las cosas, su espíritu sensible, su ojo ansioso y apasionado. A Rolando Lois lo enamoran los cielos, los mira –y los pinta- llenos de mensajes, de alusiones, de contenidos, lo que en primera instancia parecería imposible dada su fugacidad, su materia cambiante, su color mutante. Pero eso es, se me ocurre, lo que busca detener, fijar, cristalizar el pintor en sus paisajes. Luego todo parecerá estar condicionado por esa presencia ambigua y huidiza, desde las figuras hasta todo lo que aparezca en la tierra o sobre el agua –un embarcadero, una hondonada, un rancho de piedra, la ochava de una esquina barriera, la furia de una tormenta marina o los espectros de tres o cuatro árboles secos- como si le fuera fatal al pintor que así fuera. El arte –decía Van Gogh- es el hombre agregado a la naturaleza. Y de esa amalgama, más que de cualquier otra razón intelectual, surgen pinturas como la de Rolando Lois y cielos como los suyos, tan comprometidos con el pintor, tan definitorios de su personalidad. El color, generalmente bajo, asordinado, melancólico, ensimismado no hace más que corroborar ese espíritu, tanto como el ascetismo de su dibujo.

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