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Rolando Lois |
El mundo plástico de Rolando Lois es
el resultado de un constante trabajo en el taller. Una actitud reflexiva, que
modera el impulso emocional, hace que prefiriera lo profundo a lo espectacular,
buscando el trazo definido en el dibujo y el empaste substancial y macerado de
la materia. La suya es una pintura recóndita que parece indagar en el espacio
la propia memoria de lo contemplado.
En una reciente conversación informal
hemos ido abordando diversos tópicos del arte y algunas referencias
vivenciales, que completan la imagen del artista y la comprensión de su obra.
Porteño esencial afirma que Boedo es
el barrio en que “se hizo hombre”. Con nostalgia se ve joven y evoca, como en
la poesía de Manzi, la esquina del herrero y esa pampa que en los años 40,
desde el sur aun entraba a la ciudad.
En este mundo globalizado en que los
barrios van quedando distantes sin memoria y por ende, sin añoranzas,
reemplazados por una virtualidad insustancial y anodina, Rolando Lois gusta
repasar los lugares en que nació su vocación y estimularon su imaginación.
El tango por la mañana / tiene ritmo de caderas / de
fabriqueras,
dice la copla. Así veía Lois a las cimbreantes pibas de la Avenida Independencia,
que fueron modelo de sus cuadros y compañeras de los bailes en el Salón 25 de
Mayo. También se recuerda, acodado en una mesa del “Gran Boedo”, rememorando el
fantasma del mazorquero Ciriaco Cuitiño, fusilado y ahorcado en la plaza
Independencia, muy cerca de la que fue su casa. El barrio lo pobló de historias
y él nutrió con ellas su pintura.
Decía sabiamente André Lhote: [...] no es artista el que pinta para hacer
cuadros, sino, más honradamente, el que pinta para aprender a pintar. Quien
haya seguido de cerca la trayectoria de Rolando Lois comprobará que este
concepto es aplicable estrictamente a toda su obra.
No es que sus cuadros de hoy
demuestren una mejor elaboración que los de ayer. Ese aprendizaje diario que
señala Lhote, no se refiere exclusivamente a la virtuosidad del oficio, sino a
la profundidad del pensamiento. Pruebas al canto. Escribía yo, hace exactamente
diez años en la revista La Actualidad en el Arte, refiriéndome a su pintura: Amasar, macerar, cargar luego el pincel con
esa sustancia que va a transmitir el “color” preciso de la idea; construir
sobre el soporte con esa argamasa y ese tinte un paisaje que, partiendo de la
realidad inmediata, ostentará el profundo halo de un recuerdo entrañable, esa
es la virtud de este artista que confiere a su paleta las tonalidades profundas
de un fagote.
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Salvador Linares |
Lo dicho vale para su pintura actual
con el agregado que otorga esa sapiencia adquirida en la laboriosa rutina del
taller que mencionábamos al comienzo y la alegre libertad que confieren los
años a los que bien maduran.
Con respecto al párrafo que
rescatábamos de hace una década, nos dice el artista:
–Recuerdo,
allá por 1941, que mi profesora de dibujo de la escuela, una española de
Castilla la Vieja,
me enseñaba que esa manera de pintar se llamaba “recordación inventiva”. La
mayoría de mis cuadros tienen un motivo central que lo da la naturaleza o el
azar, pero todo el carácter del entorno es mío, pertenece a esa “recordación
inventiva”. Leyendo El arte y sus
secretos de Max J. Friedlander encuentro esta frase confirmatoria: Las creaciones artísticas que imitan a la
naturaleza y las que brotan de la fantasía, en realidad no existen. Al pintar
apartamos la mirada de la naturaleza o cualquier otro motivo y realizamos una
imagen de la memoria.
–¿Cuál
y cómo debe ser la formación de un pintor?
–Hay quienes piensan que la academia,
el conocimiento teórico, te convierte en un artista, en un maestro y no es así.
El artista nace cuando encuentra su propia personalidad –grande o pequeña, pero
auténtica– y la desarrolla mientras perfecciona el oficio. El que no trabaja,
nunca llegará a nada.
Lois, además de exaltar la constancia
y la dedicación, cree más en el instinto y en los sentimientos que en las
escuelas, aunque en sus inicios buscó las enseñanzas de dos grandes maestros:
Demetrio Urruchúa y Héctor Tessarolo. Recordando aquellos años nos refiere
Lois:
–Urruchúa fue el maestro con la mayor
cantidad de alumnos que se haya conocido. A sus clases llegaban a concurrir
cuarenta, cincuenta o más estudiantes –hombres y mujeres– y su método no
consistía en la enseñanza práctica directa, sino en sesiones donde se
analizaban las obras que habían pintado en sus talleres los discípulos. Eran
grandes debates en que, no sólo opinaba el profesor, también lo hacía el grueso
de la concurrencia. Esto da una idea del margen de libertad creativa que
propiciaba el maestro y su deseo de no producir imitadores de su estilo si no
verdaderas singularidades creadoras.
–¿Cuál es la temática de tus cuadros
y por qué?
–Pienso que el pintor debe de estar
comprometido con la época que le ha tocado vivir. Tomar posiciones políticas y
sociales, participar de las venturas y desventuras del pueblo. No digo que
tenga que hacer un arte militante. Se puede caer en lo panfletario y eso es
negativo, no es la misión de la pintura. Uno puede hacer un arte cargado de
sentido político y social pintando un paisaje, un bodegón, unas flores, un
desnudo o un retrato. El mensaje está en la intención y el tratamiento de la
obra, subyace en el trazo o en la pincelada.
En mi caso particular, siempre me
gustó el paisaje. Siendo porteño, viviendo como un porteño, sin embargo,
siempre me atrajo el paisaje de campo, el deslinde pampeano. También he pintado
y pinto el mar, las playas y las barcas, las casas y las barracas de la costa.
Dentro del tema me impresionó una anécdota del genial pintor inglés Turner.
Dicen que se hizo atar al palo mayor de una fragata, para no ser barrido por
las olas, y poder así observar y experimentar todas las alternativas de una
tempestad. Cuántos cuadros habrán surgido después de ese recuerdo, cuántas
“recordaciones inventivas”.
–¿Qué otros maestros, aparte de
Urruchúa y Tessarolo han dejado huella en su pintura?
–Yo
no diría huellas, porque la huella es identidad. Yo no imito a nadie. Tengo mi
propia identidad, no me importa si pequeña o grande. A mí la imitación me da
vergüenza ajena. Pienso en el caso de Quinquela e Imperiale, donde el imitador
se convierte en una alternativa del precio de algo que apenas se parece al
original. Es muy triste. Yo admiro a De Ferrari, pero ¿qué tengo yo de De
Ferrari? Nada. En cambio viendo su obra aprendí a amasar la materia, a buscar
el color capa sobre capa y por contagio tonal, a ordenar la superficie de la
tela en dos grandes zonas –olas, decía él– complementarias y una menor como
respuesta. No copié su imagen; él me enseñó el discurso esencial de la pintura,
lo que no se ve. Lo mismo puedo decir de otros grandes artistas como
Castagnino, Rossi, Policastro, Spillimbergo, Bruzzone, Berni. A todos les debo
algo, menos la imagen de lo que hago. Cuando chico, sí. Recuerdo que copiaba
los cuadros del hoy olvidado Antonio Parodi, “el pintor del campo argentino”,
lo llamaban. Con mis pinturitas de escolar iba reproduciendo sus láminas y
haciéndome la mano del futuro plástico. Esto me valió que cuando mi maestra de
1° Superior, la señora Filomena Strático, preguntara, en vísperas del 12 de
octubre, quién se animaba a pintar con tizas de colores las carabelas de Colón
en el pizarrón, saltara decidido y, desde entonces, me convirtiera en el
dibujante y pintor oficial del colegio hasta concluir el 6° grado.
De mi infancia aprendí también que
uno puede aspirar a un imposible en sus proyectos y utilizarlo como motor de
alternativas realizables. No sé por qué les pedía a mis padres con una insistencia
torturante que me compraran un potrillo. ¿Por qué un potrillo y no una
bicicleta, un monopatín? Pienso porque tampoco me los hubieran podido comprar,
entonces para no tener, era mejor no tener un potrillo. Estaba instalado en mi
imaginación. Mi madre me preguntaba dónde lo iba a poner; y yo le contestaba
que “al lado de mi cama”. Vivíamos con mis tres hermanos en la pieza de un
conventillo y yo pretendía agregar a la convivencia un caballito de verdad.
Seguramente hubo otros inalcanzables
potrillos en mi vida. También me hubiera gustado ser Roualt o Manet o Cézanne y
fui Lois. Y está bien: digo lo mío y es totalmente mío.
–¿Cuál es el destino de la pintura en
un momento de tanta experimentación y búsqueda?
–El destino de la pintura no puede
ser otro que el destino del hombre. A los que pregonan su muerte les digo que
sólo será posible cuando el planeta se encuentre deshabitado. La pintura, tal
cual la conocemos, con su soporte de tela y sus pinceles y sus espátulas, los
pomos de óleos o acrílicos, persistirá a pesar de todas las alternativas o
modas posmodernas.
–Es verdad, no se entiende por qué la
aceptación de la tecnología electrónica, la digitalización computada o
cualquier otra técnica avanzada de expresión deba invalidar a los medios tradicionales.
Se trata de alternativas, no de sustituciones. En todo caso hay que sumar y no
restar. Siempre fue así. Los artistas se manifestaban con la piedra y desde la
piedra o con la madera; surgieron los metales y sus métodos de fundirlos y
colarlos en moldes, entonces fueron la piedra y la madera más los metales
colados; se agregaron luego los metales blandos y las resinas y la creatividad
humana continuó expresándose a través de todos los materiales sin que se
invalidaran unos a otros. De la misma manera que la fotografía no acabó con la
pintura ni el cine sustituyó al teatro. Pero alguien decretó que no hay
coexistencia posible, entonces los concursos y certámenes, los premios, las
bienales, las preselecciones de obras para competiciones, las invitaciones a
exposiciones, quedaron abiertas sólo a la posmodernidad. Hay hasta jactancia de
que en una muestra no se exhiban pinturas en soporte tradicional, como ocurrió
en la convocatoria inaugural de la Ciudad Cultural Konex. Existe en este sentido una
verdadera discriminación por parte de los dictatoriales curadores de
manifestaciones de la plástica, que han dictaminado que las instalaciones y la
imagen digital, configuren el único leguaje plástico de nuestro tiempo.
–Leía días pasados que un
coleccionista pagó 28.000 dólares por una lata de conserva conteniendo materia
fecal del “artista” italiano Piero Manzoni, quien a su muerte, en 1963, dejó 90
latas numeradas y firmadas y fueron rematadas por la Casa Sothebys.
En un tiempo decían que estas
manifestaciones eran una manera de “asustar al burgués”, que lo tiene todo;
para sacudirlo de la modorra que le provocaba su hartazgo y ponerlos así a
pensar en algo. Pero ojo, a mí, que soy un humano como cualquier otro y no pude
tener ni un potrillo, no me causa ninguna gracia que me ofrezcan una lata con
mierda. Que encima se remata en Sothebys de Londres y como sale un huevo y
medio, aunque quisiera, tampoco podría comprarla.
–Eso entra en los parámetros de lo
que llaman “arte conceptual”; un “arte” que ni siquiera necesita corporizarse
en obra, ya que según dicen los teóricos, por sólo ser pensado, si quien lo
piensa es un artista, basta y sobra para declararlo producto terminado. En este
caso el pensamiento escatológico, en todo sentido, de Manzoni se ha
materializado en una lata con mierda. Es curioso como se ha tergiversado el
mensaje original de estas expresiones contestatarias que tuvieron vigencia en
los años esplendorosos de la revolución surrealista. Cierta vez le preguntaron
a André Bretón, máximo pope del movimiento, qué era la belleza. Y Bretón
respondió: “Un pedazo de carroña, la cabeza de un gato muerto”. ¿Por qué?,
insistieron. Y él contestó: “Porque no tienen precio”. Esa belleza de la
gratuidad, que pareciera convertir a cualquier cosa en obra de arte, se ve
desmentida por los 28 mil verdes del coleccionista. El sistema saca rédito de
todo y hace pingües negocios con la rebeldía, como ocurre con la estampa del
Che en las camisetas.
–Volviendo al tema anterior, yo creo
que el artista tiene el derecho a expresarse, cualquiera sea el camino elegido.
También tiene todo el derecho a la experimentación. A lo que no hay derecho, es
a la discriminación. Me siento excluido del circuito institucional de las artes
plásticas. Los lugares en que podemos exponer o concursar los que nos
expresamos de una manera tradicional, son escasos y de un nivel inferior. Desde
ya no somos invitados a participar de ningún evento de trascendencia sea este
nacional o internacional.
–¿Cuál ha sido tu última actividad?
–Estoy incursionando en el pequeño
formato, en superficies que parten de apenas 16x6 centímetros. Fue a raíz de
unas pruebas que hice con pintura al acrílico. Empecé a jugar en unos
cartoncitos y encontré un mundo de una riqueza impensada. Con ese material de
secado rápido era posible rescatar una serie de paisajes que vivían en mi
memoria y tenía postergados. Fui recuperando momentos muy luminosos de mi vida
y aplicando cabalmente aquella “recordación inventiva” que me enseñara mi
primera maestra, descubrí así, la grandeza del pequeño formato.
Nota aparecida en la publicación
mensual de la SAAP
(Sociedad Argentina de Artistas Plásticos).